martes, 12 de febrero de 2013

Una vieja historia olvidada (con un ogro y un hombrecito de sombrero azul) Un cuento para mi hijo Diego














UNA VIEJA HISTORIA OLVIDADA
(Con un ogro y un hombrecito de sombrero azul)
Un cuento para mi hijo Diego

de

Alberto O. Colonna















PROLOGO

   Esta historia nace en un cuento que yo solía contarle a mi hijo Diego, compañero incansable en mis excursiones por los senderos, afortunadamente inacabables, del  mundo de la imaginación.
   Siendo, mi hijo, muy pequeño, solíamos pasar por esa zona mágica, del sur de la provincia, y entonces yo le contaba el cuento del duendecito azul.
   Tal vez la escuché cuando yo era un niño y mi padre me inició en este afán de vagabundear por Imaginaria y Titirelan-
dia.
   O quizás fue mi abuela Elvira quien me la contó, ya que ella
 había nacido en un campo, en una zona muy próxima a las serranías, en el actual partido de Laprida, y siempre me fascinaba con los relatos sobre esa alucinante sierra y su forma increíble.
   Lo cierto es que, con mi hijo, muchas veces nos sentamos en el costado de la ruta a contemplar el cerro, escudriñando cada recoveco, tratando de encontrar indicios del misterioso hombrecito y de su sombrero azul.                                     
Y hasta hemos llegado a creer que un día, en que Diego se quedó dormido, fue el propio
 duende quien le dejó, como recuerdo, una piña, aún cerrada,
cubierta de resina, que terminó de abrirse en nuestra casa, al calor de la chimenea, en cuyo costado
aún permanece.


I

   Mas que caminar se deslizaba.
   Si bien por su estatura habría pasado desapercibido, esto no ocurría debido a un estrafalario sombrero de color azul que acompañaba el balanceo rítmico de su cabeza.
   Una espesa barba blanca, tan larga como puedas imaginarte, le ocultaba el rostro. Sin embargo, una sonrisa cristalina y cálida se lo iluminaba, dándole un aire simpático y bonachón.
   Desde el extremo de la calle miró con detenimiento, entrecerrando sus ojitos, de un color indefinido como el cielo de esa mañana de principios de primavera, y en la que el sol trataba de abrirse paso empujando a unas nubes que se empecinaban en taparlo.
   Este no era un pueblo como tantos otros que había visitado. En un terreno, donde el llano es dueño y señor del paisaje, como por arte de magia, surgía, inesperadamente, un cordón de sierras, agreste y escarpado. Y allí, en medio de ese paisaje tan extraño, descansaba el pueblito, recostado sobre un pequeño río que, en el silencio de la mañana, canturreaba displicentemente.
A pesar de ser temprano ya se advertía cierto movimiento en  la calle principal.
Allí se dirigió.
A medida que caminaba se iba encontrando con algunos de los pobladores quienes, a pesar de su cómico aspecto
y de su sonrisa acogedora, lo miraban con recelo.
-Buenos días Sr.- saludó el hombrecito - Buenos días señorita- continuó - Hermoso día!... No, abuela?... -
La gente lo miraba, fruncía el ceño, y continuaba caminando sin contestar una palabra.
El hombrecito del sombrero azul comenzó a ponerse ansioso...
- Buen día... caballero -
- Que tal, hermosa dama?... -
- Hola a todos... Hoooolaaaa!!! -
- Es que aquí no hay nadie educado?... O son todos sordos?...
BUEEEENNN DIIIIIIIAAAAA A A  A   A    AHHH !!!...
Y gritó todo lo que pudo, hasta que se quedo sin aliento...
pero nadie... absolutamente nadie se dignó a contestarle.
- Esto no puede ser! - Exclamó, con una cara que por la falta de aire había tomado un color parecido al de su sombrero.
- No señor... No puede ser... En un pueblo donde
nadie saluda, o son todos muy maleducados
o hay algo que no funciona bien... Nada bien... -
Y, hablando consigo mismo, dirigió sus pasos hacia el centro del pueblo donde, como en todos los pueblos, se encontraba el edificio de la Municipalidad.
 Allí, seguramente,
debía hallarse alguna autoridad... El Intendente... O alguien responsable que pudiera darle alguna explicación.
Ni siquiera preguntó si podía pasar.
Caminó decidido hacia la puerta donde un letrero, algo
torcido, indicaba, en letras mitad gótica y
mitad redondilla: "Intendente".             
Abrió la puerta enérgicamente, mientras exclamaba:
- Buenos días !!!... O es que aquí no se acost... -
- Buenos días Señor... Ehhh... - Le respondió una vocecita pequeña, desde un rincón de la habitación.
El hombrecito del sombrero azul quedó desorientado.
Primero porque no esperaba que le contestaran.
Segundo porque, en caso de que le contestasen, suponía que iba a ser con otra voz... Digamos... Mas sonora...
Mas orgullosa... Mas agresiva... Mas... Que se yo...
Otra voz...
Y tercero era que suponía que un Sr. Intendente debería estar sentado solemnemente detrás de un ancho y lustroso escritorio y no agachado en un rincón, 
como buscando no sé que cosa...
Pero cuando el Sr. Intendente se levantó
agregó el cuarto punto:
Un Sr. Intendente no podía ser así. Pequeñito, rechoncho y calvo, con cara de pedir disculpas...
Y así era exactamente la persona que tenía delante suyo.
De cualquier manera reaccionó rápidamente y, borrando la cara de cuádruple asombro, se dirigió al Pobre Sr. Intendente
(porque tenía aspecto de Pobre Sr. Intendente).
- Digo yo una cosa... En este pueblo no hay educación?... Así se recibe al visitante?... De esta manera quieren fomentar el turismo?... Podrá ser posible que uno tenga que llegar hasta el mismísimo intendente para que le respondan a un saludo.-
- No, señor - contestó el Pobre Sr. Intendente.
- Cómo que no?!... Cómo que no?!... Así que ahora soy mentiroso... Así que he imaginado  que nadie me quiere saludar... y que nadie saluda a nadie?...-
- No, señor -
- Y dale con el "no señor"... en qué quedamos?... -
- Es que todo tiene una explicación -
- Ahhhh -
- Si, todo tiene una explicación... -
- Ahhhh -
- Si, todo...-
- Ahhhh -
- Si... -
- Y?!!! -
- Y que? -
- La explicación!!! -
-Ah, quiere la explicación? -
- Ayayayayayayyyyyyyy...
Noooo, si yo vine aquí solamente para que todos pudieran ver mi elegante sombrero y me dijesen lo lindo que es... -
- Es cierto... Es muy bonito... Muy bo... -
- LA EXPLICACIÓN, SI QUIERO LA EX-PLI-CA-CIÓN!!! -
- Ah, la explicación... -
Y antes de que el hombrecito azul estallara nuevamente el Pobre Sr. Intendente comenzó a contar.
Hablaba sin mirarlo siquiera. Es mas, no miraba hacia ningún lado. Lo hacía automáticamente, como si lo que decía lo hubiera repetido un millón de veces.
- Resulta que este pueblo era un sitio tranquilo y agradable, la gente disfrutaba del sol de la mañana y el trino alegre de los pajaritos. Los chicos iban al colegio, los padres a su trabajo, el cura ensayaba distintas melodías con las campanas de la iglesia y yo me sentaba orgulloso en mi despacho a firmar papeles que los empleados traían siempre con una sonrisa... Buenos días... Que tal?... Hermoso día!... Felicidades!... Nunca faltaba una buena palabra o una palmada en el hombro... En fin... Pero ya pasó... -
- Pasó? Pero por qué? -
- Un día... Un mal día... con grandes nubarrones negros que ocultaban las puntas de los cerros ( no se por qué, siempre, los malos días son así, oscuros... y hasta, a veces, lluviosos)
Un mal día apareció Tragaldón -
- Tragaldón? -
- Si... Tragaldón... El ogro voraz... -
- Qué... o quién es ese? -
- Un ogro terrible, enorme, muy, pero muy, malo y lo peor de todo con un apetito que causa espanto -
El Pobre Sr. Intendente se frotó la calva de atrás hacia adelante como si tratara de expulsar un mal recuerdo y continuó hablando:
- Apareció ese día, se plantó en medio del pueblo y exclamó, con una voz que hizo vibrar los vidrios de la Municipalidad y repiquetear las campanas de la Iglesia,
"Tengo hambre - gritaba- mucho hambre... y todos deberán traerme comida... de lo contrario... GRRRR!!!..."
y de un solo manotazo arrancó de cuajo la estatua del fundador de nuestro pueblo, con caballo y todo...
La gente, muy asustada, le trajo bollitos, tostadas, café con leche... litros de café con leche... pero nada saciaba su apetito...
Pollos, lechones... se llegó a preparar una montaña de puré, o una ensalada tan grande que, de ensaladera, se usó una pileta de natación...
Y el ogro siguió y siguió engullendo
y pidiendo mas y mas comida.
Los campos se han quedado ya sin trigo, ni maíz ni nada.
No queda ganado y los gallineros están pelados...
Hasta los pajaritos han volado hacia otro lado por temor a que Tragaldón se los quiera comer...
Por eso este pueblo ahora es un pueblo triste...
Solo trabajamos para alimentar al gigante... ya no nos queda nada... y tenemos miedo... mucho miedo...-
Y esto último, el Pobre Sr. Intendente, lo dijo con un hilito de voz, casi sollozando.
El hombrecito del sombrero azul no podía creer lo que oía.
- Pero... Y por qué lo alimentan?... Déjenlo sin comida y que se vaya!-
- No!!!... Ya lo intentamos, y se agarró tal berrinche que empezó a zapatear, pidiendo comida, con tanta fuerza que casi provocó un terremoto. Cayeron los nidos de los árboles, los techos de los graneros y... hasta yo me caí de la cama! -
El hombrecito pareció no escucharlo. Había tomado su larga barba entre los dedos y jugueteaba haciéndole nuditos y tirabuzones. Se rascó el sombrero... caminó tres pasos hacia la derecha... caminó tres pasos hacia la izquierda... y cuando iba a continuar en esa dirección se detuvo y exclamó:
-Pues bien... Yo me encargaré del asunto!... -
La cara del Pobre Sr. Intendente se estiró en algo parecido a una sonrisa, que luego se transformó en una risita,
que mas que a una risa se parecía al estornudo de un gato
( Hacía tanto que no reía que casi había olvidado como hacerlo).
- Jis - Jis - Jiiiissss... Usted?!... -
- Si, si... Evidentemente tengo que encargarme personalmente del problema.-
- Pero es que usted es muy... chiquitito - Y señaló, con la palma de su mano hacia abajo, la estatura aproximada del hombrecito - y el ogro es muy, pero muy, grande- Indicó, abriendo los brazos y poniéndose en puntas de pié - Con un solo pisotón lo dejaría chatito como a un chicle... Con una sola cachetada lo...-
El hobrecito ya no le prestaba atención, sus ojitos, de un color indefinido como el cielo, se habían iluminado con un brillito picarón, que hacía recordar a ese que tienen algunos chicos cuando están pensando en hacer una travesura.
 Agitó su sombrero en un rápido movimiento de cabeza e interrumpió al Pobre Sr. Intendente, que aún continuaba enumerando las cosa terribles que podía hacerle el ogro.
- Hasta la vista, Sr. Intendente!... Creo que pronto va a brillar el sol... No cree, usted?...-
Y sin mas, salió tan bruscamente como había entrado, dando un portazo que hizo sobresaltar al Pobre Sr. Intendente, que últimamente estaba tan alterado que se sobresaltaba por cualquier cosa.



  
II              
Pasaron algunos días y nadie podía decir qué había sucedido con el hombrecito del sombrero azul. Aunque en realidad a pocos les importaba, preocupados, como estaban, por las demandas alimentarias del ogro Tragaldón.
Como, ni cuando ocurrió, nadie lo supo. El asunto fue que, un buen día, el hombrecito reapareció.
Caminaba cadenciosamente moviendo su estrafalario sombrero azul hacia un lado y hacia el otro .
Lucía la mejor de sus sonrisas, y mientras arrojaba una manzana al aire y la volvía a recoger, cantaba a todo pulmón:

- Hoy estoy con hambre
y me quiero comer,
esta rica manzana
que compré recién.

Miren como luce
y brilla con el sol...
Voy a propinarle
un gran mordiscón.

Y a nadie convido
porque es para mi
y quiero comerla
del principio al fin...

Su voz repiqueteaba en las calles del pueblo y se iba rebotando en cada piedra para perderse entre las sierras.
Los pobladores dejaron sus preocupaciones por un instante
y se reunieron para observar tan extraño espectáculo.
Pero, insólitamente, el hombrecillo se desplazaba mucho mas rápido de lo que cualquiera hubiese podido suponer, teniendo en cuenta el largo de sus piernas.
Pronto, solo era visible la copa de su sombrero y finalmente nada mas que el eco de su canción podía oírse y cada vez mas lejano. 
A todo esto, el hombrecito, caminó internándose por los pequeños senderos labrados en la ladera de las sierras.
Y así anduvo por un largo rato, sin rumbo fijo, pero siempre cantando a grito pelado.
De pronto, al rodear un peñasco amarillento anaranjado, con algunas vetas rojas, y por donde corría un pequeño hilito de agua, tropezó con un bulto, mal oliente, que impedía su paso.
El hombrecito levantó su mirada siguiendo una forma que se parecía mucho a un enorme zapatón de piel... luego una pierna... una enorme barrigota que amenazaba con estallar...
un pecho velludo e intrincado como un bosque...
y justo allí, al final de esa selva pilosa, pudo ver la cara de Tragaldón, que lo miraba fijamente, con una mueca, mezcla de sonrisa
( como quien dice: TE PESQUÉ! )
 y actitud de mostrar los dientes
 ( como quien dice: PONETE A REZAR PORQUE TE VOY A COMER).
- Me permite pasar... buen hombre? - dijo el hombrecito como si nada ocurriese.
- GRRRR - Gruñó el ogro.
El hobrecito continuó como si no lo hubiera oído
- Tengo una hermosa y apetitosa manzana que pienso comerme yo solito...
bajo aquella arboleda - Y señaló hacia cualquier lado ya que el gigante le tapaba totalmente el paisaje - Así que... -
- Así que nada... Esa manzana es para mi -
- Perdón? -
- Esa manzana me pertenece... Toda la comida de este pueblo me pertenece -
- Esta manzana no... Y debe estar riquísima... -
- Sabés quien soy yo? - Exclamó el ogro asombrado.-
- Seguro... El que no me deja pasar...
Se corre, por favor, si es tan amable? -
- SOY TRAGALDÓN!!! -
- Mucho gusto, y yo, Sombrero Azul... Y ahora que nos hemos presentado... me permite pasar?... Por favor... -
- SOY EL OGRO TRAGALDÓN!!! -
- Ya lo dijo -
- SOY EL TERRIBLE Y MALVADO OGRO TRAGALDÓN!!! -
- Ufa!... No soy sordo!... Me hace el favor de dejarme pasar?!-
El ogro ya había cambiado del rojo al morado y del morado a un tono verdoso. Abría y cerraba los ojos y sus manos apretadas en el poderoso puño hacían crujir los dedos.
- TENÉS QUE DARME ESA MANZANA!!! -
- Te voy a explicar - dijo el hombrecito con un suspiro- resulta que, justamente hoy, yo tengo ganas de comerme esta sabrosísima manzana. Justamente hoy no tengo deseos de compartirla con nadie... y menos con un ogro con cara de bobo como vos... -
- QUE DIJISTE?!!! -
- Encima sordo!... Dije que menos con un ogro con cara de BO-BO como vos!... BO-BO!... BO-BO!... -
El ogro emitió un rugido que sacudió la copa de los árboles. Estiró sus manos de gigante con la mas simple intención de hacer papilla a tan atrevido enanito. Pero justo en el momento en que las manazas se cerraban , el hombrecito, dio un salto prodigioso que lo catapultó sobre unas rocas vecinas, lejos del alcance del furibundo Tragaldón.
- Oh, jo, jo, ju, ju... Si que sos necio...
TRAGALDÓN ES UN TONTÓN! -
Y así cantando y gritando comenzó a correr hacia la parte mas alta del cerro.
Como es de suponer el ogro se lanzó tras él con la furia de un gigante burlado. Bufaba y resoplaba. El piso trepidaba ante cada violenta zancada del malvado. Pero, cada vez que estaba a punto de atraparlo, el hombrecito, cobraba una velocidad inusitada y se ponía a salvo, mientras continuaba cantando
- TRAGALDÓN ES PAJARÓN,
TRAGALDÍN ES SALAMÍN!...-
El gigantón se desesperaba. Con la rabia se enceguecía y se le tornaba, aún, mas complicado poder atrapar al escurridizo hombrecito.
Así empeñado llegó hasta la cima del cerro y allí, entre dos grandes peñascos verticales estaba el chiquitín agitando su estrafalario sombrero azul.
Sin pensarlo dos veces el ogro estiró su brazote, que pasó entre las dos rocas, en un intento vano por atraparlo.
Y en ese momento... en ese preciso momento, otra enorme roca, que el Hombrecito del Sombrero Azul había preparado
con esa intención, cayó pesadamente atrapando la muñeca de Tragaldón.
Inútiles fueron los esfuerzos del gigante para soltarse de tan formidable cepo.
El hombrecito se acercó parsimoniosamente y se sentó en una piedra cercana para comer su manzana.
- SOLTAME ! -
- Crunch, crunch, crunch !... -
- DEJAME SALIR... TE MATARÉ... TE HARÉ PICADILLO... TE... -
- Lo dudo... Crunch, crunch, mmmñññmmm... -
- SOY TRAGALDÓN, EL OGRO FEROZ.
SOLTAME !!! -
El hombrecito terminó de comer la manzana, guardó los restos en una bolsita que llevaba en uno de sus bolsillos,
hizo una reverencia y se alejó del lugar en dirección al pueblo.
El gigante gritaba y amenazaba... Pero no podía moverse...



III

Cuando el Hombrecito del Sombrero Azul contó lo sucedido en el pueblo, en un primer momento, no le creyeron.
Pero luego, y prestando atención, oyeron las voces del ogro pidiendo que lo soltaran y amenazando a todo el pueblo.
Con el Pobre Sr. Intendente a la cabeza corrieron todos hacia el deslinde del pueblo. Y allí pudieron ver al gigante
tendido sobre la sierra, el brazo extendido y atrapado por el cepo de piedra.
Cuando se recobraron del asombro estallaron en vítores y cánticos jubilosos.
Se organizaron festejos que duraron varios días y varias noches... En un determinado momento se hacían sonar las campanas de la Iglesia y esa era la señal para que todos hicieran silencio... Entonces se escuchaban los gritos enfurecidos de Tragaldón... Las risas brotaban de todos los rincones del pueblo y recomenzaba la música para que se continuara cantando y bailando.
Pasado un cierto tiempo de la hazaña, todo fue volviendo a  su ritmo habitual. Los niños volvieron al colegio, los hombres a su trabajo y hasta los pájaros rehicieron los nidos en las horquetas de los árboles.
Cada tanto, cuando disminuía el bullicio del trajín diario, podían escucharse los gritos del gigante. Ya no eran de amenaza, mas bien parecían de súplica.
- SUÉLTENME POR FAVOR... TENGO HAMBRE...
MUCHO HAMBREEEeeeeee... -
Un día alguien exclamó:
- El ogro ha muerto, el ogro ha muerto !... -
Todos se detuvieron de golpe.
El herrero sostuvo el martillo justo un segundo antes de golpear sobre el yunque; el maestro , en la escuela, se quedó con la tiza en el aire sin terminar de escribir la palabra que estaba enseñando a los chicos; hasta el cura retuvo con fuerza la cuerda de las campanas para que no las moviera ni la mas leve brisa.
Se hizo un silencio total.
Y ahí se dieron cuenta de que el gigante ya no gritaba.
Como una procesión todos los habitantes del pueblo fueron hacia el sitio donde el gigante yacía, con su brazo aún estirado... sin haber podido zafar de su prisión.
- Está muerto? - Preguntó el Intendente.
- Está muerto!... - Exclamaron todos.
- Pobre... se murió de hambre. - Dijo uno.
- Y de sed - Dijo otro.
- Y de frío... - Agregaron los demás.
Una sensación de culpa y remordimiento cayó sobre todos. Es cierto que era malo... muy malo... pero su muerte había sido cruel... demasiado...
Todos bajaron sus cabezas.
Nadie levantaba la mirada del suelo.
Quizás por eso fue que no pudieron explicar de donde apareció el Hombrecito del Sombrero Azul, al que, sin notarlo, hacía tiempo que nadie veía.
- Ejem, ejem - carraspeó - Buenos días. -
Nadie contestó.
- BUENOS DÍAS... HE DICHO BUENOS DÍAS !!!... -
- Hoy no es un buen día - respondió el Intendente.
- Por qué?... No ha muerto el ogro?... El gran enemigo del pueblo... -
- Si, es cierto... ha muerto el ogro... y por eso no es un buen día... Nunca es un buen día cuando alguien muere...
ni siquiera un enemigo... -
- Pero no era eso lo que querían? -
- Si... pero no... Uno no lo piensa hasta que ocurre... -
- Y si les digo... -
- Qué? -
- Que no ha muerto? -
- QUEEEE?!!! - Todas las miradas se dirigieron hacia el hombrecito.
- Es cierto, no ha muerto, solo está desmayado... Hace mucho que no come y está sumamente débil -
- Oh, pobrecito! -
- Traigámosle algo caliente! -
- Si, bebida y comida calientes -
- Y algunas mantas para cubrirlo. Bueno... unas cuantas mantas ! -
Todo el pueblo puso manos a la obra y un tiempo después el ogro abrió los ojos. asombrado miró a todos los que lo rodeaban, que anhelantes esperaban su recuperación...
y esbozó una débil sonrisa.




IV

Se organizaron guardias. Así mientras unos se dedicaban a sus tareas habituales, otros se encargaban de cuidar al ogro con esmero.
Tardó un cierto tiempo en recuperarse, pero al fin volvió a tener su fortaleza, su poder... pero algo en el había cambiado.
Ya no infundía temor... No reclamaba que lo alimentaran con fiereza, muy por el contrario, pedía las cosas por favor, daba las gracias continuamente... y hasta pedía disculpas cuando, después de alguna comida copiosa, se le escapaba algún provechito.
Y fue entonces que, un día, apareció el Hombrecito del Sombrero Azul  y acercándose silenciosamente al gigante le preguntó:
- Y?... -
- Y qué? -
- Que pensás? -
- Ya se lo que querés decir... Es cierto... Estaba equivocado... No es bueno ser malo... Siempre hay alguien mas listo que uno... y al final todas las maldades se pagan...
Además la gente es buena... Fijate, con todo lo que les hice y, sin embargo, mirá como me ayudaron -
- Y si pudieras soltarte, que harías? -
- Trataría de devolverles lo que me han dado... Trabajaría para ellos... Mi estatura y mi fuerza podría serles muy útil -
- Seguro? -
- Segurísimo!... -
- Bien - dijo el hombrecito, y , como por encantamiento, con un pequeño movimiento, desplazó la roca que aprisionaba la mano del gigante. Este la retiró rápidamente, antes de que la roca volviera a su lugar.
El ogro corrió a ponerse al servicio de los pobladores, que muy contentos le prometieron comida y abrigo a cambio de sus esfuerzos.
Como mudo testigo de todo lo vivido quedaba en lo alto del cerro un agujero, formado por las tres rocas que habían servido para aprisionar la mano del gigante redimido.



V

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. La historia que les he contado fue quedando en el olvido y finalmente ya nadie consiguió recordar el menor de los detalles.
Mirando el agujerito recostado sobre el cielo a alguien se le ocurrió decir que parecía una ventana y, entonces, todos comenzaron a llamarlo con ese nombre.
Tan famosa se hizo que el cerro tomó el nombre de
"La ventana",
y al cordón de sierras se lo llamó "de la ventania".
Claro... Es lógico... Es mas fácil creer en una ventana como la de casa o la del colegio, y no en una historia fantástica de ogros y sombreros azules.
Sin embargo, si en alguna mañana soleada, cuando apenas comienza la primavera, se sientan en silencio bajo alguno de los pinos del camino, mirando con atención, tal vez puedan ver a un hombrecito con un estrafalario sombrero azul, saltando de roca en roca... o asomándose en el hueco formado por tres piedras enormes, en la punta de la montaña.




















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