martes, 12 de febrero de 2013

Una historia olvidada


UNA HISTORIA OLVIDADA


Estiró el brazo cuanto pudo en un intento vano de detener el estridente sonido del despertador.
Siempre lo sobresaltaba.
Llevaba más de 15 años cumpliendo la misma rutina y todavía no se acostumbraba.
Se sentó en el borde de la cama, localizó el implacable artefacto, tanteó la perilla de la izquierda y la movió casi con desesperación.
Su mujer se arrebujó, aprovechando el calor que su cuerpo había dejado, suspiró con fuerza y continuó durmiendo. Todavía faltaban dos horas para que los chicos se levantaran para ir a la escuela.
Puso la pava a fuego lento y se fue a lavar.
El agua fría lo terminó de despabilar.
Mientras se cepillaba los dientes miró su imagen reflejada en el espejo.
Sonrió.
La barba de dos días le sombreaba el mentón. Más que sombrearlo lo agrisaba. Pero todavía podía tirar unos días más. Tal vez si el domingo salían, entonces sí. Ya vería.
Casi en puntas de pie fue hasta la cocina. La pava como siempre estaba a punto. El agua caliente pero sin hervir. El mate normalmente lo dejaba preparado desde el día anterior para no perder tiempo.
Hacía frío.
Este invierno anunciaba unas temperaturas muy bajas.
Lindo para tomar unos matecitos calientes a las cuatro de la mañana.
Miró por la pequeña ventana que daba al patio. Era noche cerrada. Sin luna.
El trabajo quedaba a unas veinte cuadras. Antes las hacía en bicicleta. Pero se la robaron. La dejó en el galponcito, como de costumbre, y cuando fue a buscarla, al día siguiente, ya no estaba.
Desde entonces caminaba.
Mejor. Caminar es bueno para la salud.
Él era así. Vivía en positivo. Siempre trataba de encontrarle el lado bueno a las cosas. No valía la pena amargarse. Todos lo querían y respetaban. Había ayudado a muchos de sus vecinos y, en muchas oportunidades, hasta venían a pedirle consejos.
Era su forma de ser.
Cuando le pidieron que fuera delegado no aceptó. No... Esas cosas no eran para él... Aunque a veces era mucho más coherente su opinión y le hacían más caso que a los propios representantes.
A Gregorio Perotti lo conocía desde chico. Hijo de un tano laburador había heredado el tesón del padre y poco a poco había formado una pequeña empresa que hoy ocupaba a más de treinta operarios.
El tano, como le decían, siempre había dado el ejemplo. Era el primero en llegar, conocía cada una de las máquinas que con esfuerzo había ido comprando, y tenía la capacidad de discutir con empresarios más gordos para mantener funcionando el negocio.
Eran tiempos difíciles. Claro que sí. Las pequeñas industrias se veían jaqueadas por la importación incontrolada. Pero Gregorio luchaba a brazo partido.
Y él estaba a su lado.
Nunca podría olvidar cuando su mujer se enfermó y el propio Tano, en persona, fue a verla y hasta la hizo atender por su médico particular. Y no dejó de preguntarle hasta que estuvo repuesta.
Eso se reconoce para toda la vida.
Como cuando apareció ese grupo de muchachotes, enmascarados, con la intención de secuestrarlo. Él se metió en el medio para explicarles que estaban equivocados. El patrón era uno de nosotros. Había peleado desde abajo, con mucho esfuerzo. La pucha si él lo sabía. No era justo ni lógico pensar que era un enemigo sólo por que tenía una empresa, pero que, en realidad, era parte de todos.
Eso no era defender al pueblo. Seguro había una equivocación.
Todos sabíamos donde estaba la corrupción... No acá... No en el Tano...
Cada vez que recordaba aquel episodio, casi sin querer se tocaba la frente donde una cicatriz mostraba el sitio donde había recibido el culatazo. Siete puntos le había dicho el médico.
Suerte que otro de los operarios había podido avisar a la seccional que quedaba cerca y cuando  se escuchó la primera sirena los tipos rajaron sin poder hacer nada.
Ese episodio lo confundió un poco. 
El siempre había apoyado a los grupos de lucha. Hasta en alguna oportunidad, y a pesar de las protestas de su familia, había ocultado y curado a un chico que había encontrado  herido en la puerta de su casa.
Entendía, o creía entender, que eran grupos que peleaban en contra de la opresión. El gobierno de facto no era el gobierno del pueblo. Eran patriotas arriesgando la vida por  su país. Pero al atacar a uno de los propios... por el simple hecho de tener mas guita, pero por esfuerzo propio... Algo no cerraba.
Claro, seguro que tenían una información equivocada... si eso era, una información equivocada, nadie puede ser tan estúpido o fanático como para no poder ver ese tipo de cosas.
En fin.
Miró el reloj que estaba sobre la heladera. Aún faltaban unos minutos.
Fue al baño.
Silenciosamente besó a su mujer que seguía profundamente dormida, hizo otro tanto con los chicos. Arropó al varón que, como siempre, daba tantas vueltas que terminaba totalmente destapado. Se colocó el gabán y se dispuso para una nueva jornada.
Cerró la puerta con cuidado.
Metió las llaves en el bolsillo trasero izquierdo.
Se levantó el cuello del abrigo. La respiración, con el frío de la mañana, provocaba nubes de vapor. Le gustaba jugar con eso. Soy un dragón, pensaba, como el del cuento de los chicos, y saco bocanadas de humo cuando quiero. Y aceleraba o disminuía su respiración jugando con los efectos que ello producía.
Ya tenía calculado el tiempo. Caminaba a un ritmo no muy rápido pero sostenido y eso le permitía llegar unos minutos antes del horario de entrada.
Como todos los días caminaba tarareando para sus adentros una canción. Cualquiera. Se le solían pegar tonadas de moda y las repetía inconscientemente.
Era feliz... ¿Era feliz?... Y si...  No podía pedir más. Tenía una familia que lo quería. Una mujer trabajadora que se preocupaba por dos hijos que eran una maravilla. Tenía amigos y un trabajo que le gustaba. Era respetado porque respetaba a todo el mundo... ¿Qué más podía pretender?
Saludó, como siempre al vendedor de diarios. Se cruzó con los mismos de todos los días, que con seguridad, como él, concurrían a sus respectivos trabajos.
En algunos lugares el piso estaba mojado. ¿Había llovido anoche? Ja... Ni se había enterado.
Saltó algunos charcos y en algunos lugares caminó por el medio de la calle hasta encontrar el mejor sitio para ascender a la vereda.
Para llegar a la fábrica tenía que pasar por la zona céntrica lo que hacía que, a pesar de la hora, hubiese más movimiento.
Vio al linyera de siempre durmiendo en el umbral del edificio próximo al banco.
Había muchos autos estacionados, probablemente de los que vivían en los departamentos y que, dadas las circunstancias y al no poder pagar una cochera, los dejaban toda la noche afuera.
Una leve película blanca se extendía sobre los techos y los parabrisas.
Realmente hacía frío.
Una mujer con un bastón cruzó en diagonal hacia donde él caminaba.
Seguro va hasta el banco. Estos jubilados siempre quieren ser los primeros en cobrar. Se rió. Ya me va a tocar a mí.
Vio una Traffic blanca. Seguro la camioneta del laburo, pensó. Le llamó la atención que no tenía inscripciones. ¡Que sé yo!
Sin saber por qué, instintivamente, llevó su mano a la cicatriz de la frente.
Un fogonazo intenso alumbró proyectando sombras siniestras sobre la calle que, en segundos, explotó en múltiples sonidos de metales retorcidos y vidrios que estallaban al compás de la onda expansiva.
No llegó a enterarse. No pudo ver el espectáculo que crecía a su alrededor. No escuchó los sonidos entremezclados de hierros crujientes y voces humanas pidiendo ayuda.
Una esquirla de acero había penetrado justamente a la altura de la frente, allí donde tenía una línea blanquecina que denotaba la herida anterior.
Quedó tendido en el suelo mientras una mancha carmesí se extendía sin límites formando una aureola alrededor de su cabeza.
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Un sonido persistente lo despertó sobresaltado. Trató de extender su brazo  para detenerlo, pero no pudo... Trató de sentarse en la cama... pero no sentía el cuerpo... Comprendió que no era la alarma de su despertador... mas bien parecía una sirena... o algo así... Abrió los ojos y vio gente que corría en todas direcciones... Pensó que iba a llegar tarde a su trabajo... Pensó en su esposa que dormía plácidamente sin suponer lo que estaba sucediendo... En sus hijos que...
Se dio cuenta de lo  que ocurría y trató de entenderlo.
No importa pensó... y, aunque algo no le cerraba en todo esto, se repitió... es por el bien de la patria... Con toda seguridad nuestros hijos tendrán un mundo mejor.
Cerró los ojos... Lenta y progresivamente las imágenes, los sonidos... el dolor... fueron desapareciendo y simplemente se entregó con una sonrisa enrojecida entre los labios.

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