martes, 12 de febrero de 2013

Episodio familiar


EPISODIO FAMILIAR

-       ¡No te tolero más! – exclamó en tono airado - ¡Es la última vez que me lo hacés! – Gesticulaba con ademanes ampulosos.
-       Y te advierto – seguía – que estoy cansada, demasiado cansada –
-       Te he tolerado durante años… años… ¿Me entendés? Y no te hagas el que no me escucha…-- Se movía nerviosamente de un lado al otro.
El, sentado, en un extremo de la mesa no respondía. Su silencio exasperaba a la mujer que seguía cada vez más enardecida.
-       ¿Te crees que podes hacer lo que se te ocurre? ¿Qué podés irte así como así y después volver lo más campante? - ¿Quién te crees que soy? – Y sacudía su dedo índice, el puño cerrado, frente a la nariz del tipo, que impertérrito seguía sin responder.
-       Mil y unas veces te banqué… No dije nada… Volvías en curda, o te traían tus amigotes… y… y yo, como una idiota te llevaba a la cama, te desvestía y te dejaba que durmieras la mona hasta el otro día… - caminaba hasta la mesada y volvía, como si tomara impulso – que digo hasta el otro día… varios días… todo lo que se te ocurría… -
El hombre estaba sentado erguido, la cabeza en alto, las manos apoyadas sobre las rodillas.
-       Por supuesto que así no podes conservar un trabajo… ¡INUTIL! – prácticamente gritaba – Yo… si… yo – y se golpeaba el pecho con furia – Yo tuve que salir a lavar los calzones sucios, a juntar la basura de los otros para parar la olla, para que no reventáramos de hambre-
El pobre tipo no movía sus labios. Ni un gesto. La mirada fija en un punto de la cocina, con sus ojos bien abiertos, pero mirando sin mirar. Como si estuviera más allá de lo que la mujer le decía.
-       Pero ahora ya pasaste la raya… ¡Infeliz! – y acercando bien la cara a la de el se lo repitió, por las dudas que no lo hubiera escuchado - ¡IN-FE-LIZ! - ¿Qué te hizo creer que no me iba a dar cuenta? –
Mordía las palabras. Algunas gotitas de saliva dieron contra la cara del hombre, que continuaba inescrutable. Su rostro rígido, inamovible, se repartía en un gesto mezcla de rabia  asombro.
-       Esta vez la hiciste gorda, tarado… Me chusmeaste el ropero y me sacaste la guita que tenía ahorrada, lo que había guardado para rajar de esta pocilga miserable… te la llevaste –
Daba pequeños saltitos y su rostro iba tomando un tono púrpura, honestamente, alarmante.
-       No solo te la llevaste… te la jugaste y como sos una basura la perdiste toda… toda, idiota, toooodaaaa… - Y señalaba la puerta del ropero abierta de par en  par y un sector de ropa revuelta – ¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? ¿Qué te crees que soy? ¿Gil… gil de cuarta? –
Se paró recta en medio de la habitación. La luz mortecina de la única lamparita le daba un aspecto más trágico aún. Estiró el brazo y señaló la puerta.
-       Te vas… me oiste… te vassss –
Al ver que el individuo no amagaba a reaccionar repitió
-       Te vas… y no quiero volverte a verte más… nunca más… ¿Me oiste? Nunca más… -
Quieto. Las manos sobre las rodillas, la mirada perdida, gris, el hombre no dijo nada.
Esto la enfureció más, aún:
-       TE VAS… ¿ME ESCUCHASTE RETR…? –
Unos golpes enérgicos en la puerta la hicieron detenerse. Miró asombrada.
Los golpes se repitieron y esta vez con más violencia.
-       ¡¿Quién es?! – Gritó
-       La policía… abra o entramos por la fuerza –
-       ¿Ves? Ya saben que me afanaste – Le escupió – ¡Ya voy, ya abro! –
No le dieron tiempo. Entraron haciendo saltar la cerradura y rápidamente ocuparon toda la casilla.
-       ¡Quédese quieta señora… no intente nada! – Una mujer policía se desplazó con cuidado y tomándola con habilidad le sujetó los brazos en la espalda.
-       ¿Qué ocurre? ¿Por qué a mí? El es el ladr´… -
No le dieron tiempo la sacaron rápidamente y le hicieron subir a un patrullero.
Entraron varios policías más trayendo una camilla y una manta. Entre dos tomaron al hombre y lo tendieron sobre la camilla, al moverlo torció la cabeza, y el cráneo partido en dos, con pérdida de masa encefálica, quedó a la vista de todos. Lo cubrieron por completo y se lo llevaron,
El superior a cargo llamó por el radio – Ya está jefe. Fue como decía el llamado, le partió el balero de un solo golpe –
Sobre la mesa descansaba el sartén de hierro. Los bordes con rastros de sangre seca hacían pensar en que allí alguien no la había pasado bien.
Alberto O. Colonna
Enero, 2013

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