DERECHOS HUMANOS
La filosa hoja del
cuchillo se clavó hasta llegar al corazón y lo recorrió de arriba hacia
abajo. Repitió la maniobra y con un movimiento similar lo enterró casi hasta el mango de forma tal que con una leve
presión completó el enorme tajo. Luego, con la misma punta, extrajo el pedazo
de sandía y meticulosamente se dedicó a quitarle las semillas más evidentes.
-
Está buena – pensó – bien coloradita y
chorreando – y largó una carcajada festejando su propio chiste.
Estaba
solo. Era la hora de la siesta. El calor parecía ocupar cada espacio intentando
impedir la respiración. Las únicas que sin lugar a dudas no se habían enterado
eran dos moscas que revoloteaban zumbando, más que nada atraídas por la sandía
recién abierta.
Se distrajo por un instante
siguiendo sus evoluciones. De un color azul verdoso, subían y bajaban con
movimientos nerviosos, se posaban, caminaban un pequeño trecho y nuevamente a
volar. Las dejó que se posaran sobre los restos de cáscaras que había ido
dejando a su lado, las miró juguetear un instante, y de un solo manotazo las
aplastó a las dos.
-
¡Que las parió! – Y sonrió con satisfacción.
Se metió en la casilla. La
chapa recalentada por el sol parecía multiplicar la temperatura. Fue
directamente hacia una pequeña mesita semioculta en el rincón derecho. Tanteó
debajo de ella y la cara se le iluminó cuando su mano chocó con un bulto que,
cuidadosamente, despegó, para colocarlo sobre sus piernas.
La transpiración corría
sobre su frente... pero no la sentía.
El sol que entraba por uno
de los agujeros de la chapa iluminó, como un reflector, la 9 mm. El reflejo le
lastimó los ojos. La tomó casi con devoción. – Ahora si... – exclamó – ahora
siiiii... –
El plan era perfecto. No
podía fallar. No en vano siempre había sido reconocido como el más despierto de
todos. En el colegio los maestros le auguraban siempre un gran porvenir...
Ja... Un gran porvenir.
Se sentó sobre el piso de
tierra, justo en el centro de la habitación... Las imágenes se le agolparon
como en una película.
Había salido a buscar
trabajo... pucha si había salido...
Uno, dos... cientos de
sitios, fábricas, negocios... En todos lados había sido igual. «Ahora no, volvé
otro día, no hay vacantes, ya lo vamos a llamar...» y nada... nada... nada...
En el último lugar en donde hizo el intento descubrió la verdad. Sin querer,
por pura casualidad escuchó el diálogo entre el Jefe de personal y un Capataz:
-
El pibe podría servir, parece piola –
-
Si... pero no... –
-
¿Por? –
-
¿No te diste cuenta? Si se le nota a la legua. Es
un villero y vos lo sabés muy bien... nunca confíes en un villero –
-
Ahá... en eso tenés razón –
De pronto comprendió lo
ocurrido, todo comenzó a tener sentido.
–
Ud. va a llegar muy lejos, Diéguez, siga
aplicándose que va muy bien –
Lo que no habían sabido ver
era que llevaba tatuado en la frente, como para que todos lo vieran, la palabra
villero... Como un eco rebotó en su cerebro provocándole un dolor que aun hoy
no podría describir; VILLERO-VILLERO-VI-LLE-RO-VILLEROVILLEROVILLEROOOOOO.
Pero ahora todo iba a ser
distinto. Apretó con fuerza la culata y supo que las cosas habrían de cambiar.
Lo había estudiado con
detenimiento. Detalle por detalle. La cosa era tan fácil que solamente un tonto
podía fallar: El primer paso fue elegir el sitio. Pegadito a Tribunales. ¿Quién
va a imaginar que pueda ocurrir algo así justo en ese sitio? A nadie. Y...
¡Bingo! No hay vigilancia... Vía libre
para papito.
Lo siguiente seleccionar a
la víctima: «Fotocopias, legalizaciones, etc. etc.». El cartel anunciaba que
allí se laburaba en forma. Cantidad de expedientes, contratos y firmas pasaban
permanentemente por ahí y dejaban guita... mucha guita...
Y lo más interesante: los que estaban a
cargo del negocio eran dos jovatos que no podían con su alma. En cuanto vieran
la nueve milímetros entregaban hasta los calzoncillos... seguro. Ya lo había
pensado, los encerraba en el baño y como quien no quiere la cosa salía
tranquilamente derechito hacia el subte. En cuanto se pudiera meter entre toda
la gente no lo iban a identificar ni que fueran brujos.
Volvió a apretar el arma como tomando
impulso. Afuera el sol se había ocultado detrás de unas nubes que presagiaban
una de esas tormentas de verano. De pronto todo había tomado un tono gris
oscuro. En algunas casillas habían comenzado a encender las luces.
Colocó la pistola de nuevo en su sitio. Se
asomó a la puerta. Miró hacia el cielo y se apoyó sobre el marco descascarado.
- Ha... parece que va a llover... –
.................................................................................................................
Tomó el noventa y nueve en
Avellaneda y Segurola. Recién comenzaba el recorrido así que estaba medio
vacío. Ansioso como estaba se acomodó en el primer asiento.
Había estado lloviendo toda
la semana. Como suele ocurrir en Buenos aires. Cuando se larga esa garúa finita
no se sabe cuando va a parar. Era el primer día con sol.
A cualquier tipo observador
le hubiera llamado la atención verlo con el saco puesto. El calor volvía a
apretar y se notaba que, a medida que avanzara el día, la cosa pintaba para
ponerse todavía más brava. El ni lo notaba. Debajo del saco se disimulaba el
bulto de la 9 mm. El arma se le hundía en la cintura y le producía un cierto
placer. Una sensación de sentirse superior a los ocasionales compañeros de
viaje. Se acomodó en el asiento y dejó que su mirada se perdiera en el monótono
paisaje de casas viejas y veredas amplias.
El colectivo se fue
llenando a medida que avanzaba en su recorrido. Un tipo joven pero barrigón se
colgó del pasamano y le frotaba la panza grasosa con cada bache – Ja... – pensó
– La de cervezas que te habrás embuchado en esa barrigota – y se acomodó tratando
de evitarlo.
Cerca de Parque Centenario
subió una vieja. Llevaba varias bolsas en la mano y le costaba moverse.
Habitualmente cuando eso ocurría se hacía el dormido pero hoy era otro día...
el día... su día... Se levantó y galantemente le cedió su lugar. La anciana se
dejó caer sobre el sitio vacío, acomodo los bultos y se quedó mirando hacia
delante.
-
¡Que la parió... Ni gracias me dijo... –
El micro venia atestado y
tuvo que empujar para abrirse camino hacia la parte posterior – La próxima vez
– pensó – no le... pero que carajo... la próxima vez no voy a tener que viajar
en bondi, con seguridad voy a tener mi propio auto... ja... imaginate... mi propio auto... seguro, me voy a comprar un... un... – y
empezó a volar con la imaginación eligiendo marcas, colores. Hasta ensayó
mentalmente los gestos que iba a hacer cuando pasara a un colectivo. Sonreía
feliz mientras se bamboleaba prendido del pasamano.
-
Permiso, jefe... con permiso... – el individuo
corpulento arremetió aplastándolo contra el respaldo del asiento frente al que
se hallaba parado. Fue como si hubiera despertado de golpe.
Con desesperación tanteó la
cintura a la altura de los riñones – A ver si el hijo de su madre me afanó la
pis... – El bulto duro, levemente disimulado bajo el saco lo tranquilizó.
Decidió prestar más atención. Se agacho para mirar por donde iban y recién ahí
se dio cuenta que prácticamente no avanzaban. Un tironcito y paraban. Unos
metros y volvían a detenerse. - Que lo
parió – se dijo – Seguro otra manifestación -
Últimamente se habían dado una serie de protestas en la zona céntrica
que, fundamentalmente, lo que conseguían, con toda seguridad, era volver aún
más caótico el normalmente complicado tráfico.
Miró nuevamente por la
ventanilla y alcanzó a leer: Avenida Pueyrredón. – Caminando seguro llego más
rápido – pensó y trató de escurrirse hasta la puerta trasera. Como pudo apretó
el pulsador y una chicharra estridente sonó cerca del conductor. Insistió y
como si hubiera pronunciado las palabras mágicas la puerta se abrió con un
movimiento brusco.
Se bajo sin esperar a que
el vehículo se detuviera. De cualquier forma no lo hubiera hecho.
Siguió el envión y caminó
por Viamornte en dirección al bajo.
Se acomodó el arma
asegurándose de tenerla lista para el momento oportuno.
Faltaban apenas unas
cuadras. La adrenalina empezaba a circular cada vez con más fuerza.
Los primeros gritos le
llegaron mezclados con los bocinazos y los insultos de los conductores
atascados en el caos callejero. Oyó un retumbar que crecía por momentos desenfrenadamente.
Miró al cielo. – Truenos no pueden ser... no hay una nub... ¡La pucha son
bombos!... ¿Y justo la vine a ligar yo? –
Antes de llegar a la
esquina de Talcahuano el amontonamiento de gente se había hecho ostensible.
Cuando se enfrentó con Tribunales se quedó parado, la boca semiabierta. Cerró
con fuerza los ojos y luego los abrió sin poder entender lo que veía.
LIBERTAD A LOS PRESOS
POLÍTICOS, LOS PRESOS TAMBIEN SON SERES HUMANOS, LIBERTAD A LOS DETENIDOS
SIN JUICIO, FAMILIARES EN LUCHA POR LOS
DERECHOS DE LOS PRESOS y el cartel más
grande, el que cubría el lugar donde evidentemente había varios oradores:
COMISIÓN DE LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS.
-
A ese yo lo vi en la tele... Pérez no sé cuanto...
¿Y justo ahora se les ocurre a estos hijos de su madre ponerse a protestar? –
Una señorita le dio un
volante que ni leyó. Con rabia lo abolló y lo arrojó sobre el cordón.
-
No importa - se dijo – No hay mal que por bien no
venga... En este despelote nadie va a fijarse en mí... Va a ser más fácil de lo
que pensé –
Se zambulló entre el gentío
y encaró hacia donde se leía en grandes letras rojas: FOTOCOPIAS. Gambeteó uno
o dos curiosos y enfiló derechito y sin dudarlo. Con seguridad asió el pomo de
la puerta y lo giró en un rápido movimiento. Los dedos se deslizaron sobre la
superficie bronceada pero el picaporte no se movió ni un milímetro. Apoyó la
mano en la puerta y trató de empujar. Nada. Con desesperación trató de abrir la
maldita puerta y... CERRADO rezaba el cartelito colgado con una ventosa de
plástico justo en el centro del vidrio, debajo de la palabra «certificaciones».
-
N.. no puede ser... No puede ser... – Gritó casi al
borde de un colapso – ¿Y ahora que.. que... que hago? –
Sintió que alguien le
tironeaba del saco.
-
Señor… señor... –
-
¿Q... que? –
-
Si necesita hacer fotocopias, acá a tres cuadras va
a conseguir sin problemas... Estos, con este desbole, seguro que no abren en
todo el día –
Lo miró desorientado. El
pibe le sonreía dejando entrever la falta de dos dientes... – Total para lo que
puede llegar a comer con los que tiene le sobran – pensó.
-
Gracias negrito, gracias... –
-
¿No tiene una moneda, Don? – y le extendió una
mano.
Le iba a decir que no, pero
lo pensó un segundo. Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó
dos monedas – Tomá negro, a vos te van a servir más que a mí –
Eran las únicas que tenía.
Las había preparado para la vuelta, pero ya no importaba. Ya se iba a arreglar.
Caminó como un autómata. En la entrada del subte se leía con claridad:
TRIBUNALES.
Se dirigió hacia la escalera y antes
de desaparecer de la superficie se dio vuelta, miró hacia el viejo edificio,
los carteles, la gente y abriendo los brazos casi formando una cruz exclamó:
-¡NO
HAY DERECHO, CARAJO... NO HAY DERECHO! –
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