martes, 12 de febrero de 2013

¿Un mal dia?


¿Un mal día?

El tic tac de la luz de giro me volvió a la realidad. Conduje el auto con precaución  hacia la salida de Entre Ríos y mientras descendía para luego doblar hacia San Juan iba pensando en lo que acababa de oír por la radio. No sabía si me había impactado por el contenido de la frase o por su forma, es decir, por la manera en que había sido dicha; «¡Este país se va a la mierda!» había soltado el locutor, sin más. La frase poco ortodoxa golpeaba no solo por la expresión, como tal, sino por lo que significaba como alternativa futura. Moví la cabeza de un lado a otro y sonreí diciendo para mis adentros – Ja... Parece que hoy tiene un mal día –
Me había levantado de buen talante. Honestamente no tenía problemas, por lo menos importantes a la vista, y me sentía con fuerzas para arremeter contra el trajín diario. Había venido disfrutando mientras conducía por la autopista de un solcito acogedor y el tráfico no me había resultado todo lo complicado que esperaba. Tal vez por eso mismo me sorprendió la frase del locutor... La verdad, me tomó desprevenido...
Conduje todo lo rápido que me fue posible en el tráfico endemoniado de la Capital. Tenía urgencia por resolver el trámite que me había hecho dejar mi tranquila oficina, en el «lejano oeste», y volver prontamente. En realidad me esperaba un montón de tareas que había tenido que suspender para resolver esto que tenía prioridad.
Decidí dejar el auto en una playa de estacionamiento. Tal vez me alejaba un poco del lugar hacia donde me dirigía pero me serviría para estar más tranquilo, sin pensar en los parquímetros, cepos, multas y otras yerbas.
Giré a la izquierda en la siguiente bocacalle y media cuadra más adelante una «E» azul me indicó lo que buscaba.
Enfilé el auto hacia el fondo de la cochera. Me sorprendió que prácticamente se encontraba sin nadie, cuando habitualmente me costaba trabajo descubrir algún espacio libre.
Dejé el auto en el fondo y fui hasta la oficina a retirar el recibo.
-¿Qué pasó que está tan vacío? – pregunté, casi sin darle importancia.
El hombre, calvo, de unos 65 años, me miró por sobre los anteojos, pero no dijo nada.
-         Es notable – Insistí – Habitualmente hay que hacer malabarismos para poder estacionar y hoy... ¿Pasó algo? –
No me puteó porque era un tipo educado, pero se le leyó en la cara... clarito, clarito...      -¿Todavía no se dio cuenta? – Casi masticaba las palabras - ¡Este país se va a la mierda! – Y me extendió el papelito como para que no agregara nada.
            Caminé sin decir palabra hacia la salida y alcancé escuchar, como un eco siniestro, al empleado que repetía hablando consigo mismo - ¡Este país se va a la mierda! –
           No quise pensar en nada... Como suelo hacer cuando algo vulnera mis defensas coloqué mi mente primero en blanco y luego me concentré en el trámite que tenía que hacer.
           La oficina quedaba en un cuarto piso. Me dirigí al grupo de ascensores de la derecha y apreté el botón. Esperé pacientemente pero pronto me di cuenta que ninguno de los tres benditos aparatos estaban funcionando. Apreté repetidamente los botones en un vano intento y desesperanzado me dispuse a remontar los cuatro pisos por la escalera.
           A pesar de haber hecho un alto en el segundo llegué, resoplando, a mi destino. Recorrí mentalmente «oficina... oficina cuarenta y tres... si, eso es... cuarenta y tres...».
           Caminé siguiendo la numeración... «Cuarenta y uno... y dos... cuarenta y tres... Aquí e... es... ¿Es?». Todo indicaba que correspondía a una dependencia vacía. Igual tanteé el picaporte, empujé intentando abrir, aunque sabía que sería en vano, golpeé... Esperé un instante y repetí la operación desde el principio... Nada... Allí no había nadie... absolutamente nadie...
          ¿Y ahora... que corno hago? Amagué hacia los ascensores pero me acordé que no estaban funcionando, así que emprendí el descenso por donde había venido. En el primer piso me topé con el conserje que, con total parsimonia, pasaba una franela sobre el pasamano de una escalera secundaria. Iba a continuar pero se me ocurrió preguntarle.
-         ¿Cuál...? ¿ Los de la oficina cuarenta y tres? Se rajaron jefe... hace rato que se rajaron... De la noche a la mañana desaparecieron y no dejaron rastros de nada... la oficina pelada... Uf... No tiene idea cuantos como Ud. han venido a preguntar –
-         ¿Pero como puede ser? La compañía Son & Son... son... eran muy serios... –
-         Que quiere que le diga, maestro, todos los días es igual... si no es la cuarenta y tres es la veinticinco, la dieciocho o cualquier otra... ¿Quiere que le diga algo?... ¡Este país se va a la mierda... se va! –
           No quise seguir escuchando y me lancé escaleras abajo casi con desesperación.
           Me paré en la puerta del edificio pensando que hacer e instintivamente llevé mi mano al celular. ¡Claro! Esa es la solución. Uno o dos llamaditos y posiblemente me digan como ubicar la nueva dirección, porque con seguridad era eso... Si seguro... Se habían mudado y olvidaron dejar el aviso...
           Tecleé nerviosamente y esperé. - ¿Pedro?... si, soy yo... ¿Sabes que?... – Y le expliqué lo sucedido. Del otro lado recibí el sonido de una leve risita, entre burlona y desesperanzada.
-         ¿Asi que vos también caíste?... ¡Hijos de su buena madre!... Nos cagaron negro... ¡NOS CAGARON! –
-         Pe... pero... ¿Cómo puede ser?... Si... –
-         ¿Cómo puede ser? Fácil, acá cualquiera hace lo que se le canta y nunca pasa nada... nunca... Este país, querido, este país se va a la mierda –
-         Pero Pedro... Pedro... ¿Me escuchás, Pedro? –Miré el aparato con desesperación - ¡Carajo, me quedé sin batería!... – No sabía si revolear el bendito celular, ponerme a gritar o romper el vidrio de entrada de una trompada.
           Respiré hondo. Traté de tranquilizarme. Y me volví resignado al estacionamiento en procura de mi auto. 
           Me detuve, un instante en el puesto de revistas y le pedí el diario. Apenas me lo extendió pude leer, en primera página y con letras catástrofe: «RENUNCIÓ EL VICEPRESIDENTE, EL TRATAMIENTO DEL TEMA DE LAS COIMAS EN EL SENADO FUE EL DETONANTE».
           -P... p... pero... ¿Es cierto o es  una joda? – Miré mi reloj y exclamé – No... Evidentemente hoy no es el día de los inocentes... Asi que... –
           El vendedor me miró con una sonrisa comprensiva: - No hay nada que hacer jefe, este país se va a la mierda – y me alcanzó el vuelto.
           Puse el diario debajo del brazo. Ya ni tenía ganas de leerlo. Pagué el valor del estacionamiento y sin decir palabra me acomodé en el auto. Me ajusté el cinturón de seguridad, puse primera y salí a la calle en forma casi automática.
           No me pregunten como estaba el tráfico de regreso porque ni le presté atención. Subí a la autopista, como siempre... y aparentemente por última vez... en Combate de los Pozos y aceleré sin importarme la posibilidad de las cámaras controladoras de la velocidad.
           El sol, más alto, comenzaba a calentar y un viento cálido se filtraba por la ventanilla entreabierta.
           Cuando llegué al peaje me dirigí al manual y sin decir palabra le extendí un papel de $ 10,00. La señorita encargada del cobro recibió el billete con una amplia sonrisa mientras me saludaba en forma casi mecánica:
- Hola –
           Apenas me entregó el vuelto apreté el acelerador de manera que la barrera casi no tuvo tiempo de levantarse. En el momento en que me alejaba escuche que la niña exclamaba, en el mismo tono robótico del comienzo: - ¡Que tenga un buen día! –
          Fue como si alguien hubiese apretado un botón o soltado un resorte. Frené bruscamente, y sacando casi medio cuerpo por la ventanilla le grité casi con desesperación:
-         ¡Buen día las pelotas!... ¡¿Cómo carajo querés que sea un buen día?!... ¡¿No te das cuenta?!... ¡Este país se va a la mierda! –
Y como quien ha cumplido con la misión de su vida y puede descansar en paz, arranqué violentamente, cruzándome por delante de un pequeño vehículo rojo que salía distraídamente de otra  de las barreras.
          La empleada me miró alejarme haciendo zigzag entre los autos y camiones que transitaban en ese momento en dirección al oeste y con la misma sonrisa mecánica con la que me recibiera masculló parsimoniosamente:
-         Ja... Parece que hoy tiene un mal día... –
Y se concentró en ordenar los billetes y las monedas, formando una pilita al lado de la otra.

Alberto O. Colonna / 2001

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