martes, 12 de febrero de 2013

Las tres preguntas


LAS TRES PREGUNTAS

Revolvía con bronca su café y puteaba por lo bajo. Más específicamente me puteaba.
-       ¡Me cagaste la vida, viejo… me la cagaste! –
Yo le acababa de mostrar el “jueguito”, conocido por cierto, que consistía en tomar una regla, marcar el punto “0” como inicio de la vida, y tomando cada centímetro como décadas, poner el tope ente el “8” o el “9” (con suerte, lo máximo a alcanzar, entre 80 y 90 años). Aceptado esto como una representación gráfica de nuestro existir, la cosa consistía en correr el dedo del “0” hasta la edad actual del interlocutor, con lo que se ponía en evidencia el pequeño tramo que le quedaba por vivir.
Un humor negro, bien negro, pero no, por eso, menos realista.
Muchos no lo tomaban en cuenta, se reían o no, y rápidamente lo olvidaban y muchos otros, como mi amigo, entraban en pánico ante la evidencia matemática del escaso camino que les quedaba por recorrer.
-       ¡Me voy a morir!… ¡¿Te das cuenta de que me voy a morir?! –
-       ¿Y? –
-       ¡Que con tu estúpido jueguito, acabo de descubrir que me voy a morir! –
-       ¡Chocolate por la noticia! Todos nos vamos a morir… Nacemos, nos reproducimos y “aurrevoire”. –
-       Pero es… que… ¡Yo no quiero! –
-       Ja ¡Ahí la cagaste!
-       ¿Por qué la cagaste? No quiero morir. ¡No es lógico? –
-       No –
-       ¿Sos loco, vos? –
-       No querido, no… pensá en esto. ¿Vos querías nacer? –
-       ¿? –
-       ¿Vos pediste nacer o estabas ansioso por asomar tu cabezota al mundo desconocido que te esperaba? –
-       Y… No… En eso tenés razón –
-       Y bien… Así como no querés una cosa, y te obligan… tampoco querés la otra, pero te empujan… no tenés más remedio –
-       Pero ahora soy un adulto que piensa… ¡Que ha hecho su vida! –
-       ¿Y? –
-       Y… que es una vida que no quiero perder… No… quiero –
-       ¿Tanto tenés que no la querés dejar? –
-       Por supuesto –
-       ¿Qué? –
-       Mi familia… mi casa… mi coche… hasta mi perro… -
-       Mi, mi, mi. ¡Que increíble soberbia de posesión! – recapacité – Tu familia vaya uno a saber donde mierda está, cuando te toque… Tu casa, que ha cambiado de dueños infinidad de veces… ¿Sabés cuantas veces habrá querido, ella, que te mudaras para otro lado?...  ¿Tu auto?... bueno, ni hablemos… Dentro de unos años lo cambiás y listo, y ni te preocupás de lo que pase con el…. Si lo van a cuidar o lo van a hacer pelota en el desguase. –
-       ¿Y… mi… perro…? –
-       Mirá, mientras le den de comer…. Te va a extrañar un cachito, pero después de un tiempo… -
-       ¡Pero igual no quiero! –
-       No podés… Cuando te bajen la bandera se acabó todo… Y ¿Sabés qué?... En ese momento, con seguridad, te va a importar un pito lo que pase o deje de pasar, a tu alrededor… ¡A la mierda con la familia, el perro, el gato y la rep… –
-       Vos por que sos un escéptico… pero yo… ¡Que me voy a morir! ¿Te das cuenta? ¡Me voy a morir! –
-       Te prometo que te voy a llevar una flor. ¿Cuál te gusta? –
-       No jodás, boludo… ¿No te das cuenta que ahora mi vida ya no va a ser igual? – Casi gritaba – Cada momento, cada cosa, cada espacio que mire puede ser el último… y yo voy a estar más pendiente de eso que de disfrutarlo… - Prácticamente lloriqueaba - ¿Te das cuenta? –
Apareció de golpe. Tal vez no lo advertimos enfrascados en nuestra obtusa conversación.
Se posicionó frente a nuestra mesa y nos apuntó.
Todo su cuerpo temblaba, haciendo estremecer la 38 con la que nos encañonaba.
Lo vi ahí parado, con un arma que le quedaba grande. Lo miré con desprecio, hice como si no existiera y continué conversando.
-       ¡Dame todo lo que tengas – Gritó
-       ¿Qué cosa? –
Mi amigo abría los ojos desmesuradamente.
-       ¡Dame todo lo que tengas! – repitió, exasperado.
-       ¡Dejate de joder! – Y sin mirarlo agregué - ¿Haceme el favor? ¡Tomátelas! –
El tipo se desorientó por un instante.
-       ¡Mirá que te quemo! – gritó.
-       Te dije que no jodás – repetí calmadamente.
El pibe, al borde de la desesperación apunto a mi amigo.
-       ¡Vamos, dame el reloj o te “aujereo”! –
Mi amigo quería darle todo y que se fuera.
No soportaba la situación. Ni al chorro ni a mí.
Llevó la mano al bolsillo del saco tratando de sacar la billetera.
No sé… tal vez el movimiento resultó poco claro… tal vez el pibe estaba muy nervioso… o muy pasado…
Un sonido seco, como de destapar botellas y en la frente de mi amigo se dibujó una rosa roja.
Una hermosa rosa roja, que se fue destiñendo entre las cejas, mientras, mi amigo, caía de costado con los ojos muy abiertos.
El pibe se sorprendió.
Retrocedió.
Soltó el arma.
Y sin decir palabra salió a los tropezones por la puerta cercana.
Miré la escena aturdido.
Vi el cuerpo de mi amigo sin vida. La sangre que iba formando una aureola alrededor de su cabeza.
La gente recién comenzaba a reaccionar.
Me agaché.
Tomé el revolver y salí rápidamente por la misma puerta.
Miré hacia ambos lados.
La calle, dormida, indiferente, no mostraba indicios de la dirección que podría haber tomado.
Caminé sin rumbo y al azar miré en un callejón lateral.
Y ahí estaba.
Acurrucado contra la pared, temblando, ahí estaba.
Había vomitado.
Me paré enfrente suyo.
Mis pies casi tocaban los de él.
-       ¡No me mate, señor… No me mate! – Sollozaba – No quise… yo no quise… -
Me le quedé mirando un largo rato. En silencio. Luego le sonreí.
-       No te aflijas pibe – susurré – Vos debés ser un enviado del cielo –
Me miró sin entender.
Suave, muy suavemente, deposité el arma a su lado.
Le hice un ademán con la mano y me alejé caminando despaciosamente, entonando mentalmente una canción de Aznavour: “Paris, c´est finis…”.
-       Vos, pibe – exclamé en voz alta mientras me alejaba – me respondiste a las primeras preguntas… “El cuando”… “El como”… - Suspiré – Ahora me falta la otra… la más importante –
Me reí y un gato me miró, los ojos brillando en la oscuridad, la boca curvada como si sonriera haciéndose cómplice de mis pensamientos. Salió huyendo, rápidamente, entre unos botes de basura, sin escuchar el resto de mis elucubraciones.
-       Ahora falta la más importante, ¿Eh? La más importante. ¿Quién es el hijo de puta que marca el comienzo y el final de la regla? –
Y el silencio, que se entremezclaba con las sombras, pareció repetir, como un eco que se burlaba de mi ignorancia.
“¿Quién?, ¿Quién?, ¿Quién?.

Alberto Osvaldo Colonna

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