PARA
TODA LA VIDA
Abrió la caja y miró con desprecio los blister que se
ofrecían orlados por una serie de cápsulas doradas, semitransparentes. Debían
ser unas sesenta.
-¡Ja! Para toda la vida… toda la vida…-
Dio una larga mirada al cielo y jugueteó con el medicamento
que llevaba entre los dedos
-Estos medicuchos creen que saben. Si supieran lo
suficiente harían como los médicos de antes. Un par de pastillas y arriba. Se
acabó todo. Ahora no… - Y ahuecando la
voz – Para toda la vida… Pero la pucha… ¿Qué se pensó?-
Caminaba entre la gente y algunos se daban vuelta para
mirarlo con curiosidad porque tan metido estaba en su problemática que hablaba
en voz alta sin darse cuenta.
Metió la mano en el bolsillo trasero y sacó la larga lista
de lo que terminaba de pagar en la farmacia.
-Ciento y no se cuantos mangos… ¿Y para toda la vida? Este
está en curda si piensa que le voy a hacer caso. Sacá la cuenta de lo que tengo
que pagar en diez meses, ni pienses lo que puede llegar a ser en diez años…-
Y volvía a repetir: - Para toda la vida… ¿Donde estudió?
¿Hizo un curso por correo?... Está colifa… Demasiado si tomo una caja y punto…
a quien se le ocurre que me voy a pasar el resto de mi existencia tomando una
idiota pastilla -
Caminaba y a medida que iba elaborando la situación crecía
su furia.
“¿Cuánto tiempo pensaba ese desgraciado que iba a estar
tomando esas porquerías que lo único que hacían era enfermarlo más a uno?”
“Ni loco…”
Cruzó la calle y volvió a mirar la caja relativamente
pequeña.
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El conductor del camión lo vio aparecer entre la fila de
autos estacionados y atinó a pisar el freno, pero venía cargado y, aun a baja
velocidad, era casi imposible pararlo en tan poco espacio. Tocó la bocina con
desesperación… todo fue inútil…
Lo golpeó en las rodillas y lo levantó como a un muñeco.
El hombre giró en el aire y su cabeza golpeó torpemente
contra el asfalto.
Cuando corrieron a socorrerlo ya estaba muerto.
Las pastillas doradas, semitransparentes, haciendo un
gracioso giro en el aire fueron a dar contra un árbol y quedaron tiradas junto
al borde de la acera.
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Unos días después, Josefa miró distraídamente y vio el
medicamento caído. Se acercó, lo levantó y con una sonrisa se lo mostró a su
hija que estaba más preocupada por contar el vuelto que le acababan de dar.
-Mirá, Myriam, el remedio que tomo yo, ese que dijo el
doctor que tengo que tomar siempre -.
-Dejate de levantar porquerías del suelo – exclamó la hija,
casi sin mirarla – Vaya a saber quien y por qué los tiró. No seas chancha -.
Doña Josefa, medio dudó, pero finalmente, obediente, fue
hasta el cesto que colgaba del poste de la luz y prolijamente arrojó blister
por blister, asegurándose de que nadie pudiera llegar a tomarlas.
Alberto
Colonna
2012
Muy buena reflexión sobre la actitud que los seres humanos tomamos frente a una vida que pensamos eterna y, a veces no lo es.
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